Por Joan Carrero / En la foto: Mattias Desmet, Profesor de Psicoterapia Psicoanalítica, Facultad de Psicología y Ciencias de la Educación de Ghent, Bélgica.
Nuestras sociedades en shock son incapaces de reconocer las evidencias de la ofensiva final de los grandes «filántropos»
En este tiempo en el que las religiones institucionalizadas están en franca crisis y la política cada vez más desprestigiada, las élites, que algo tienen que ver en ese desprestigio de ambas, han encontrado la mejor de las vías, junto a la de la Ecología (su ecología de jets y yates privados de consumos enérgicos exorbitantes), para el consentimiento y la sumisión sociales: la Salud. El análisis de lo que ella puede movilizar emocionalmente sería todo un estudio. En manos de las élites, la Sanidad va tomando cada vez más la forma de una religión dogmática, institucionalizada y opresora, cimentada sobre el miedo y la fe.
Cimentada en el miedo a los infiernos de la enfermedad y la muerte, los más ancestrales miedos del ser humano. Cimentada en la fe ciega en el médico, no en el cura ni en el alcalde. La fe en el médico desde hace siglos es comprensible. El problema es que ahora la última infalible palabra ex cátedra (desde el trono de Pedro en el Vaticano) la tiene un estamento médico global absolutamente corrompido por las grandes farmacéuticas. Al igual que otros muchos organismos internacionales. E incluso gobiernos. Empezando por el de Estados Unidos. Un estamento criminal que, como toda dictadura, logra imponer con mano dura en los sanitarios la obediencia debida. O que, como mínimo, logra su adhesión ingenua y sumisa, como la del clero en siglos pasados hacia sus jerarquías. Utilizan así, de modo perverso, la confianza que nuestras sociedades ponen en sus queridos sanitarios. Y solo la Salud es ahora la Ley Suprema.
Tal estrategia está siendo la última de las grandes y exitosas estrategias de esta élite de seres superiores. Las primeras fueron la de financiar las guerras y la de crear los bancos centrales. Posteriormente idearon y llevaron a cabo otra que, junto a la del control de los canales de información y comunicación (empezando por las grandes agencias, siguiendo por los medios y acabando por las redes sociales, cada vez más “camaradas” de los otros grandes poderes), les ha hecho alcanzar el “exitoso” punto de su proyecto al que ya han llegado: la maquiavélica estrategia de seducir, infiltrar y finalmente controlar las fuerzas políticas progresistas.
Estas élites auténticamente nazis han conseguido que nuestras sociedades asocien a la extrema derecha e incluso a los grupos neonazis a todos aquellos que ellos califican como antivacunas y negacionistas. Mientras en realidad lo que tenemos son unas élites nacionales y regionales político-sanitarias mediocres, ignorantes y sumisas a las directrices que imparten para todo Occidente “aquellos que cuentan”.
En realidad son los “progresistas” (los demócratas en Estados Unidos, los socialistas y verdes en Europa, etc.) los que ahora se han convertido en los más fanáticos talibanes de la vacunación masiva. Al igual que desde hace tiempo vienen apoyando (junto a las grandes ONGs de derechos humanos) todos aquellos intereses y decisiones internacionales importantes para el proyecto de los grandes “filántropos”, que son sus mecenas y tutores. Aznar justificó así su participación en la foto de las Azores junto a Bush y Blair: “Hay que estar con aquellos que cuentan”. Aznar al menos lo dijo de cara, “sin complejos” (otra de sus expresiones memorables en aquella agresión a Irak).
En este sentido, se van confirmando los temores que me asaltaron al conocer la composición del nuevo Gobierno alemán: son durísimas las últimas declaraciones del nuevo canciller socialdemócrata, Olaf Scholz, contra los no vacunados. La French American Foundation, cuya creación fue anunciada por Henry Kissinger el 18 de mayo de 1976, lleva casi medio siglo reclutando jóvenes para convertirlos en líderes franceses serviles a las élites anglosajonas. Entre ellos, Pierre Hillard no solo cita a políticos conservadores o a los máximos responsables de medios como Le Monde o Libération, sino también a miembros del Partido Socialista, como François Hollande, e incluso a gentes del equipo del verde José Bové, como Bernard Loche. Valga esta información para hacerse una idea de cómo estas élites operan en todos los países.
¿Acaso todo este control cada vez más totalitario, incluso imponiendo una vacunación no solo inútil sino hasta peligrosa y un pase que criminaliza a quienes no se someten, nos parece tan diferente a lo que en un determinado momento se empezó a dar en la Alemania nazi? ¿Acaso nos consideramos más lúcidos y mejores que nuestros abuelos? ¿Acaso somos tan arrogantes como para pretender haber aprendido para siempre las lecciones de la historia? ¿Acaso pensamos que, por haber visto a posteriori los desastres ocasionados por el nazismo y otras ideologías deshumanizadoras, seremos capaces de detectarlas en sus inicios, antes de que nuevas tragedias no tengan ya remedio? ¿Acaso pensamos que los indicios del criminal delirio nazi eran más evidentes en su tiempo que los indicios que hoy tenemos de lo que está por llegar en el nuestro, que la sociedad alemana estaba más ciega o era más cobarde y cómplice que las nuestras o que aquella especie de hipnosis colectiva que vemos en los documentales sobre aquella oscura época fue un repentino fenómeno surgido de la nada?
¿Acaso creemos que en nuestras “magníficas” democracias todo ese totalitarismo ya no es posible? ¿Acaso no conocemos las palabras del nazi Herman Herring ante el tribunal de Nuremberg cuando se le preguntó sobre cómo había conseguido que el pueblo alemán aceptara tantas y tan burdas mentiras? “Fue fácil -respondió-, no tiene nada que ver con el nazismo, está relacionado con la naturaleza humana. Esto se puede hacer en un régimen nazi, socialista, comunista, monarquía o incluso en términos de democracia. Lo único que necesitas hacer para esclavizar a la gente es asustarla. Si puedes encontrar una manera de asustar a la gente, puedes lograr que hagan lo que quieras”.
¿Acaso nos parece imposible que los actuales grandes “filántropos” occidentales puedan ser unos auténticos nazis dispuestos a sacrificar a decenas de millones de seres humanos en el altar de la Visión Superior que solo ellos poseen? ¿Acaso nunca nos hemos preocupado en saber si ellos son o no los herederos de aquellos otros grandes “filántropos” que financiaron a Hitler? ¿Acaso nos parece extraño que perseveren en el proyecto elitista, totalitario y eugenista de sus progenitores? ¿Acaso no nos parece suficientemente revelador que, hace ya más de cuatro décadas, David Rockefeller, el más activo representante de estas élites, proclamase que el exceso de población sería un desastre alarmante y posiblemente catastrófico para la biosfera y que se refiriese precisamente al año 2020 para cuantificar las cifras?
Para estas gentes, quienes componemos la plebe no somos personas sino estadísticas, como los negros no fueron personas durante siglos. Y las guerras son solo movimientos en El gran tablero de ajedrez. Ese fue el título del libro en el que Zbigniew Brzezinski, aquel que fue la mano derecha de David Rockefeller, explicaba su visión del mundo y de la historia. Aunque el más sincero de estos elitistas seres superiores quizá sea la primatóloga Jane Goodall. Sin el menor remilgo lo formuló con toda claridad en el Foro Económico Mundial de enero de 2020: los problemas globales no serían un problema si la población humana fuese la de hace 500 años. Al acabar de leer semejante declaración entendí por qué me trató con tanta arrogancia e incluso desprecio el día que intenté explicarle el exterminio que, en la Ruanda de sus queridos gorilas de montaña, estaba sufriendo la mayoría hutu por parte de los herederos de la ancestral élite feudal tutsi. Fracasé igualmente al intentarlo con José Bové, aunque en su caso no hubo arrogancia de su parte.
¿Acaso nos extrañamos de que las actuales élites “filantrópicas” sean capaces de llevar a cabo un gran exterminio? Si no siguiésemos tan asiduamente los medios corporativos e investigásemos un poco más, deberíamos saber que precisamente se hicieron inmensamente ricas y fueron capaces de crear y controlar los bancos centrales gracias a haber financiado las incontables guerras en la que se llevaba al matadero a millones de seres humanos. O que, como recordó recientemente Robert Kennedy, entre el año 1947 y el 2000 Estados Unidos se ha visto involucrado en 73 golpes de Estado, la mayoría de ellos contra democracias. Durante nuestra marcha de Asís a Ginebra y nuestro ayuno de 42 días en Bruselas imprimimos unos cientos de posters y unos miles de folletos con este texto: “Casi nadie quería creerlo, pero Auschwitz existía. ¿Quieres saber lo que pasa hoy en el África de los Grandes Lagos?” Hoy me pregunto: ¿Estamos de nuevo en ese no querer creer lo que está frente a nosotros?
La gente prefiere creer que tras el nazismo ya estamos vacunados frente a este tipo de cosas. Yo, por el contrario, pienso que hemos aprendido poco, que medio siglo desde entonces no es nada en los tiempos evolutivos, que a posteriori las cosas se ven muy claras pero que casi nadie ve nada ni hace nada cuando empezamos a deslizarnos por la pendiente, que en Vietnam se lanzaron el doble de toneladas de bombas que las lanzadas durante toda la Segunda Guerra Mundial, que permitimos un feroz crimen de agresión internacional contra el Irak que tenía suficientes armas de destrucción masiva como para destruirnos a todos, que casi nadie se interesó por los diez millones de víctimas mortales de Ruanda-Congo, que hemos dejado arrasar Libia y ahora nos lamentamos de tantas pateras, que nos han vuelto a engañar con Siria…
En cuanto al miedo, tan fundamental para lograr el estado de shock que nos paraliza y permite que seamos tan manipulables como un hipnotizado, tan solo citaré al doctor Harvey Risch, profesor de Epidemiología en el Departamento de Epidemiología y Salud Pública de la Escuela de Salud Pública y la Escuela de Medicina de Yale. Es autor de más de 300 importantes publicaciones originales revisadas por pares y anteriormente fue miembro del consejo editorial del American Journal of Epidemiology. En su opinión la pandemia de Covid-19 fue una pandemia de miedo, fabricada por personas en posición de poder mientras el virus se extendía por todo el mundo el año pasado. Las autoridades pintaron inicialmente una imagen muy exagerada de la naturaleza nefasta del virus: todo el mundo está en riesgo, cualquiera puede infectarse y morir.
El miedo -continúa diciendo- ha afectado a casi todo el mundo, mientras que la infección ha afectado a relativamente pocos. En general, ha sido una pandemia muy seleccionadora y predecible. Distinguía mucho entre los jóvenes y los ancianos, los sanos y los enfermos crónicos. Así que aprendimos rápidamente quién estaba en riesgo de sufrir la pandemia y quién no. Sin embargo, el miedo se fabricó para todos. Y eso es lo que ha caracterizado a toda la pandemia, ese grado de miedo y la respuesta de la gente al miedo. La gente estaba bastante asustada por ese mensaje, como lo estaría cualquiera… con el gobierno, con las autoridades, con los científicos, la gente de ciencia, con la gente médica con autoridad en las instituciones de salud pública, todos diciendo el mismo mensaje a partir de febrero-marzo del año pasado aproximadamente. Así que todos nos lo creímos.
En una segunda entrevista, denunció que el virus del Sars-CoV-2 fue artificialmente creado y reveló los intereses detrás de la supresión de fármacos de precio económico y sin patentes pero efectivos para el tratamiento temprano de esta enfermedad. El mayor problema no es la pandemia sino el miedo a la pandemia. Y el peor problema con nuestros miedos es que estamos dispuestos a tomar el primer método que los reduzca. Entonces, cuando una autoridad viene y te dice que si haces “esto”, se soluciona tu problema, lo hacemos, porque resuelve nuestro miedo. Pero hay que cuestionar eso, hay que hacer un esfuerzo para informarse y ser críticos.
Continua explicando con datos científicos que este virus no es nuevo, sino que fue creado en la última década. Y cómo las compañías farmacéuticas han estado involucradas en su creación. Así es que sabían que algo se avecinaba. Moderna incorporó al virus una secuencia única de 19 nucleótidos y pudo patentarlo en el año 2013 porque ya no era un virus natural. Por lo tanto, hay cuestiones tanto de dinero como de poder de esas grandes compañías para estar por encima de los países. Y lo hemos visto en el modo en que estas farmacéuticas han hostigado a los países. A continuación explica detalladamente el proceso fraudulento para declarar como peligrosos los tratamientos existentes, muy eficaces y baratos, para poder prohibirlos y finalmente sostener que, al no existir tratamiento contra el virus, podía ser declarada una pandemia.
Se refiere también al rol nefasto jugado por los medios de comunicación. O a la peligrosidad del nuevo medicamento de Merck, el molnupiravir. Y al sin sentido de pagar 1.000€ por una de las nuevas pastillas de Pfizer, habiendo tratamientos tan antiguos y seguros que solo cuestan centavos. O a los episodios repetidos de corrupción tras corrupción de la FDA (la agencia del Gobierno de los Estados Unidos responsable de la regulación de alimentos, medicamentos, etc.), la infiltración en sus paneles de decenas de científicos que trabajan para las farmacéuticas y el papel de Anthony Fauci en todo ello.
O a que los médicos tienen incluso más miedo que el resto de las personas porque no están dispuestos a arriesgar sus matrículas recetando algo a lo cual las agencias regulatorias se oponen o enfrentándose a todo este sistema. O a que, aunque el mismo no se considera un libertario, ya que cree que nuestros derechos humanos no son absolutos, el sistema está totalmente corrompido y las imposiciones no apuntan realmente al bien común. Nos privan de nuestros derechos a todos innecesariamente. Todos los pasaportes y restricciones para cierto grupo de la población son irracionales, abrumadores, innecesarios. De modo que hay una razón por la cual los gobiernos están haciendo esto y no es la salud de la población. Esa es la cuestión central sobre la cual deben pensar las personas.
Y acaba afirmando que la inmunidad natural es la única manera con la que saldremos de esta pandemia. La inmunidad natural debe ser adquirida de forma segura, no simplemente dejar al virus circular sin hacer nada. Sabemos quiénes son las personas que corren alto riesgo y que deben ser protegidas. A las personas que no deben ser protegidas se las debe dejar que contraigan el virus, y tratarlos si lo necesitan, pero la mayoría no lo necesitará. Una vez que ellos sean inmunes a partir de la inmunidad natural, protegerán al resto de la población. La mayoría ni siquiera sabrá que lo han tenido porque será asintomático. Probablemente el virus no desaparezca nunca y termine siendo una enfermedad de la infancia temprana, que los niños contraerán al comenzar el colegio o ir a las guarderías. En los niños esta es una enfermedad leve y por eso no requieren ser inmunizados. Sentirán algo de fiebre, un poco de cansancio, dolor de cabeza y eso será todo. Ese será el final.
En cuanto a esa especie de hipnosis colectiva que llevó a Alemania a la hecatombe y que ahora parece afectarnos cada vez más a nosotros mismos, solo citaré al profesor de psicología clínica en la Universidad de Gante en Bélgica, Mattias Desmet. En una entrevista advertía sobre el totalitarismo y las atrocidades resultantes de la aceptación masiva de las medidas contra la Covid. Según sus valoraciones, el análisis histórico muestra que la llamada “formación de masas” puede ser el primer paso hacia el totalitarismo y la atrocidad en nombre del “bienestar colectivo”. Se trata de una especie de hipnosis a gran escala que hace que grandes grupos de personas se unan para luchar contra un enemigo común con total despreocupación por la pérdida de los derechos, privilegios e incluso bienestar.
En otra entrevista, el doctor Desmet, que era un escéptico de la narrativa principal desde el comienzo de la pandemia, explicó que primero analizó la información desde una perspectiva estadística y descubrió que los números simplemente no cuadraban: las verdaderas cifras de pandemias fueron mucho menos alarmantes que las proyectadas por el modelo inicial del Imperial College of London. Pero pronto cambió su enfoque desde lo estadístico a lo psicológico, ya que comenzó a observar comportamientos que emergen en relación con el virus y la narrativa predominante que lo rodea, comportamientos que describió como una forma de hipnosis generalizada.
Específicamente, Desmet describió un proceso de la llamada “formación en masa”, una especie de estado hipnótico en el que personas de todo el mundo pudieron descargar su soledad, sus frustraciones, su “ansiedad flotante” y su insatisfacción con los comportamientos y estilos de vida [de los no vacunados] que consideraban absurdos según la narrativa del COVID-19 promulgada por los medios corporativos, los funcionarios gubernamentales y las élites globales. Desmet dijo que la narrativa del COVID ha presentado a millones de modernos descontentos con un enemigo identificable, un plan de batalla para combatirlo, camaradería con compañeros soldados y algo por lo que sacrificar incluso sus derechos y libertades más fundamentales aparentemente por el bien común.
Todo esto conduce a una especie de intoxicación mental de la conexión, que es la verdadera razón por la que las personas continúan comprando la narrativa, incluso si es completamente absurda o descaradamente incorrecta. Esta narrativa de la pandemia les permite lidiar de una manera menos dolorosa con sus ansiedades. Es una solución sintomática, y todas las soluciones sintomáticas al final se vuelven altamente destructivas. El profesor señaló que los partidarios del COVID solo se han vuelto más celosos y han aprendido a personalizar al enemigo, poniendo su mirada en aquellos que no cumplen con unas reglas draconianas que no han logrado suprimir el virus, y a los que culpan por las restricciones y mandatos que ellos mismos han adoptado voluntariamente.
Según Desmet, aquellos atrapados en las garras de la “hipnosis COVID” no quieren ser alertados sobre el hecho de que la narrativa que siguen es demostrablemente falsa, porque no quieren perder el sentido de propósito que han derivado de ella. Intentar despertarlos de su estupor, dijo, genera en cambio una respuesta violenta sin duda familiar para muchos que han intentado discutir el asunto con amigos y familiares. Las personas que se han adherido a la “nueva normalidad” no quieren que se las devuelva a una “vieja normalidad” en la que sus vidas se sienten menos significativas; en la que no formaban parte de un esfuerzo global para salvar al mundo mediante el intento de erradicación de un virus. Una vieja normalidad en la que sus “frustraciones flotantes” no se pueden canalizar hacia un único objetivo heroico.
En cambio, Desmet argumentó que la respuesta no es necesariamente intentar despertar a los hipnotizados, sino guiarlos hacia una lucha diferente que rechace tanto el viejo sin sentido como el nuevo autoritarismo. Si esa tarea no se cumple, Desmet emitió una severa advertencia: una vez que la población ha comprado una narrativa que justifica el control totalitario, viene la aniquilación de los derechos y libertades fundamentales, la censura de las opiniones disidentes y la demonización de la clase de personas que no lo hacen. La historia muestra que pronto seguirán atrocidades, justificadas bajo la bandera del bien común. Las masas están para cometer atrocidades como si cumplieran un deber sagrado, dijo Desmet. Eso es muy típico. Lo que realmente sienten es que al tratar de destruir las voces disonantes [ellos] realmente protegen al colectivo … y satisfacen una cierta necesidad de canalizar la frustración y la agresión.
La verdadera solución, en lugar de perseguir la horrible consecuencia lógica de la demonización y el pensamiento grupal, sería comenzar a pensar, todos juntos, cómo terminamos en este terrible estado de aislamiento social, de falta de significado, de ansiedad flotante, y de toda esta frustración y agresión. Esa es la verdadera pregunta que deberíamos hacernos. La “formación de masas” es una especie de hipnosis. Y como la hipnosis, es un fenómeno provocado por la vibración de una voz. Hay que tomar esto literalmente. Los líderes totalitarios lo saben muy bien. Comienzan cada nuevo día con 30 minutos de propaganda en los que la voz del líder penetra constantemente en la conciencia de la población.
El profesor señaló finalmente que sin los medios de comunicación, los proveedores de las narrativas de formación de masas en Alemania y la Unión Soviética no habrían podido retener a sus seguidores ciegos mientras evolucionaban hacia regímenes genocidas responsables de la muerte de millones de personas inocentes. De lo que tenemos que convencernos unos a otros, una y otra vez, es de que todos juntos tenemos que seguir hablando. Aunque solo sea para decir que no estás de acuerdo con la narrativa dominante. Eso es lo más básico.
Fuente:
Por Joan Carrero: Unas sociedades como hipnotizadas por la propaganda y el miedo.
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