En los Estados Unidos, en las décadas de 1950, 1960 y 1970, decenas de miles de personas, reclutadas entre los indigentes, los desheredados, en prisiones, hospitales, cuarteles y orfanatos, sirvieron como conejillos de indias involuntarios para un programa ultrasecreto de la CIA. El objetivo de los científicos: borrar la memoria, hacer confesar a un enemigo, construir una máquina humana lista para matar contra su voluntad. Con frío cinismo y una voluntad sin límites, en un ambiente de Guerra Fría, los estadounidenses intentaron encontrar “el arma perfecta” que les permitiera esclavizar a individuos o poblaciones enteras.

Fabricación de espías programables remotamente: en los documentos de la CIA encontramos todos estos experimentos que tienen como objetivo crear super-espías. Consiste en crear una nueva personalidad en un conejillo de indias y darle una misión como matar a alguien, robar documentos o infiltrarse en redes. Y cuando termina la misión, se reprograma y el sujeto no recuerda nada.

Utilizando imágenes de archivo, testimonios de sobrevivientes, documentos secretos desclasificados y entrevistas con soldados y agentes retirados, este documento muestra cómo la CIA implementó una política de terror, sirviendo de LSD, electroshock, lobotomías e hipnosis.

Este documental demuestra la fuerte participación de los servicios estadounidenses para infiltrar, financiar y reclutar químicos que en su mayoría eran elementos brillantes de la sociedad civil. Finalmente, muestra cómo los hombres de la CIA y el ejército pudieron actuar sin ninguna consideración por la vida de los demás.

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La religión climática

Contando con que la gran mayoría de los españoles (y otras nacionalidades) son tan maleables como el latón, era de esperar que nos la colaran con el cuento del clima.
Uno de los fenómenos más notables de la «pandemia» ha sido el apoyo ciego de la mayoría de la población a las medidas abusivas que impusieron los distintos gobiernos en cada uno de los diecisiete reinos de taifas que forman España. Los confinamientos, los cierres perimetrales, las prohibiciones absurdas y los recortes de libertades tuvieron un respaldo masivo. Gran parte de los ciudadanos acataron de forma acrítica todo tipo de estrategias sin importar que cada una fuera más tiránica que la anterior. Consiguieron que la gente dejara de salir de casa, se lavara las manos de forma compulsiva, se pusiera la mascarilla permanentemente y hasta se apartase de su propia familia. Fomentaron tal obsesión, que millones de ciudadanos asumieron normas inverosímiles a cualquier precio, incluso se olvidaron de sus derechos más fundamentales.
Asentaron un precedente tan envenenado, que todos los mecanismos perversos que se aplicaron durante la epidemia continúan dando su fruto en las políticas que el gobierno está adoptando para combatir la imaginaria crisis del clima.
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Del covid a la ‘emergencia climática’: difundir el terror para justificar más restricciones

Las emergencias van cambiando de registro. El covid desapareció cuando Putin invadió Ucrania y la guerra ya no existe porque ahora la emergencia climática desborda las escaletas de los informativos en televisión. Los mapas del tiempo se tiñen de rojo representando a España como “El Infierno”de Hernando de la Cruz . Un par de grados más y cualquier día sale ardiendo el plató.
Como sucede con la sección de deportes, el espacio dedicado a la información meteorológica ya no es tal para convertirse en ariete ideológico al servicio de la causa climática. Al calor en verano se le llama “ola de calor” y las mismas temperaturas que antes se representaban en colores claros ahora abarcan toda la gama de rojos, amarillos y magenta, haya 26 grados o 40.

No sólo nos mienten sobre las guerras. Nos mienten sobre todo

Estas construcciones artificiales ocupan una porción tan grande de nuestra psicología personal que la gente vivirá toda su vida completamente esclavizada a ellas, convirtiéndolas en su único objetivo. La propaganda no sólo consiste en fabricar el consentimiento para las guerras y las ridículas medidas gubernamentales que normalmente no aceptaríamos. Eso es lo que la mayoría de la gente piensa cuando oye esa palabra, pero hay mucho, mucho más que eso.