Por Beatriz Berenguer / La Iberia.es

Contando con que la gran mayoría de los españoles son tan maleables como el latón, era de esperar que nos la colaran con el cuento del clima.

Uno de los fenómenos más notables de la «pandemia» ha sido el apoyo ciego de la mayoría de la población a las medidas abusivas que impusieron los distintos gobiernos en cada uno de los diecisiete reinos de taifas que forman España. Los confinamientos, los cierres perimetrales, las prohibiciones absurdas y los recortes de libertades tuvieron un respaldo masivo. Gran parte de los ciudadanos acataron de forma acrítica todo tipo de estrategias sin importar que cada una fuera más tiránica que la anterior. Cuanto más extremas fueran las restricciones, más terror se inocularía a la gente. Y esto no es ninguna broma. Los cómplices de este circo han ido creando títeres bajo el yugo del miedo hasta tal punto que muchos han caído en la paranoia. Consiguieron que la gente dejara de salir de casa, se lavara las manos de forma compulsiva, se pusiera la mascarilla permanentemente y hasta se apartase de su propia familia. Fomentaron tal obsesión, que millones de ciudadanos asumieron normas inverosímiles a cualquier precio, incluso se olvidaron de sus derechos más fundamentales.

Se dejó de lado el aumento de mortalidad causado por otras enfermedades, dejó de importar la economía, se miraba hacia otro lado mientras las cifras de desempleo crecían desorbitadamente. Todo esto pasó a un segundo plano. Sólo existía el virus. O por lo menos en España, porque en otros países donde se impusieron medidas más laxas y la supuesta enfermedad era la misma, la mortalidad ha sido similar y el histerismo pasó desapercibido.

Contando con que la gran mayoría de los españoles son tan maleables como el latón, era de esperar que nos la colaran con el cuento del clima. Asentaron un precedente tan envenenado, que todos los mecanismos perversos que se aplicaron durante la epidemia continúan dando su fruto en las políticas que el gobierno está adoptando para combatir la imaginaria crisis del clima.

Ya estamos viendo que este asunto no se está abordando de manera racional. No permiten el debate ni la confrontación de ideas. Es fácil silenciar al que discrepa de la versión oficial y no sigue los dogmas de la Agenda 2030. Era de esperar viniendo de gobernantes con mentalidades autoritarias que se menean al son de cada punto de la agenda globalista. No hay cabida a otras ideas por muy acertadas que sean. Todas las medidas que se toman, todas las normas que exigen y todas las leyes que imponen deben salir del mismo comité de expertos inexistente que salvó tantas vidas en 2020.

Todo empezó con la bromita de reducir el consumo de carne para proteger el medio ambiente. Los periódicos nos explicaban con todo detalle cómo podíamos disfrutar de un buen plato de gusanos con crujiente de garbanzo, mientras Garzón y compañía se apretaban un cochinillo entre pecho y espalda sin despeinarse. Y el chiste continuó con el empeño en que la plebe se moviera en bici para reducir las emisiones contaminantes, mientras Sánchez y su séquito sacaban a pasear toda la flota de coches oficiales y usaban el Falcon hasta para ir de compras a Nueva York.

La historia ha seguido con el calor que hace en verano. Y es que debe ser que todos estos años en los que veíamos el termómetro de la Puerta del Sol pasar de 40 grados en pleno mes de julio debe ser otra teoría de la conspiración de los comúnmente conocidos como negacionistas del cambio climático.

Como ocurría en 2020, donde un cáncer terminal se hacía pasar por un virus, ahora nos meten con calzador cualquier infarto de miocardio haciéndonos creer que son golpes de calor. El caso es seguir infundiendo terror.

Ahora nos encontramos con el empecinamiento de los de arriba en atribuir al calentamiento global los graves incendios que estamos sufriendo. A pesar de que más del 80% sean provocados o que su extinción se haya dificultado debido a la extrema protección del ecologismo radical, que monta la marimorena cada vez que se hace un cortafuegos, muchos creen que las calles están ardiendo porque en el mapa del tiempo de la televisión, su ayuntamiento lo pintan en un intenso color rojo fuego.

Con la población anestesiada, los políticos han descubierto que no es necesaria la discusión, ni la yuxtaposición de ideas. Ahora saben que pueden enardecer el miedo al cambio climático imponiendo medidas extremas y así obtendrán el aplauso mayoritario.

No quieren que nadie pulse el interruptor que apague el pánico.

Fuentes:

Por Beatriz Berenguer / La Iberia.es: La religión climática. Temas relacioados con este artículo: El C02 no es un contaminante, El cambio climático no es cosa del hombre ni del CO2, Propaganda de CNN para manipular el relato.

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